miércoles, 30 de noviembre de 2011

DIEGO LIZARAZO

La semántica  de la imagen  apelaría  a la  explicación  de las estructuras y gramáticas que dan significado a los textos visuales. Se ha  concentrado fundamentalmente  en el ámbito  del lenguaje  y se ha  nutrido  de dos tradiciones dominantes: la de la lingüística y de la filosofía  analítica. En la primera vertiente  podríamos considerar principalmente dos campo: el de la semántica estructural, y el de la semántica  generativa.

La segunda vertiente se nutre  de una importante tradición de filosofía del lenguaje y de filosofía de la lógica que tiene su punto de partida en la triada Frege-Russell-Wittgenstein.

Los problemas semánticos de la imagen se han abordado en la confluencia de disciplinas diversas: semiológica, los estudios cinematográficos, la icnología, la  psicología de la percepción visual o la   antropología visual.

La comprensión de la semántica de la imagen parece deslindarse de las estructuraciones lógicas o sistemas que se alcanzan en los campos de la filosofía analítica o de la lingüística. La  semántica formalista no ha logrado dar cuenta satisfactoria del entreverado territorio de lo icónico, las soluciones más interesantes provienen de miradas fronterizas de carácter pragmático y hermenéutico. La semántica de las imágenes apela al contexto, a lo simbólico. Las razones principales de esta rebeldía del sentido visual: la plasticidad de la imagen y el régimen de lo imaginario.

La primera parte se refiere, a que la imagen no puede decir sin mostrar; toda referencia icónica es también una elaboración plástica. La denotación icónica es intrínsecamente estética o sensual; no habla sólo para expresar un concepto sino producir una experiencia laboral. En este sentido es que la semántica de la imagen no puede ser del todo la misma que de la del enunciado o del sintagma.

La segunda razón proviene del régimen de lo imaginario, se precipita en la estrechísima relación entre la imagen y la mirada. Las concepciones de lo visual parten de acontecimientos y hechos icónicos de gran envergadura, a la fórmula de la partícula analítica o de la unidad estructural no dilucida gran cosa en el hecho visual. La mirada resulta formada por la imagen tanto como la significación  de la imagen se debe, de trazo a trazo, al horizonte visual desde el cual se le mira. Por eso la imagen aflora un régimen y un cosmos de miradas que convoca una multiplicidad de problemáticas:

1.- La de la relación entre percepción referencial y percepción icónica, en forma de interrogación: ¿De qué manera la producción y la observación de las imágenes han contribuido a definir las formas de ver? , ¿Cómo establecemos los márgenes, los rituales y las reglamentaciones entre estas modalidades del ver?

2.- La problemática del tramado de miradas del mundo social y del trazado de la cultura. El juego de mirar que se establece en todo acto icónico, esa interesante cuestión de que el mundo que miramos es un mundo que nos ve. Nuestra experiencia humana y social se juega en un ver y ser mirado, en un no ver y ser mirados, o en un mirar y no ser vistos. Lo que nos lleva a la dialéctica más vasta de la visibilidad y la invisibilidad.

3.- El problema de las fronteras: ¿dónde están los límites del ver?, ¿hasta dónde alcanza mi mirada?, que convoca, cuando menos, tres respuestas: la del sentido común para la cual los límites del ver están dados por el alcance biológico de la mirada, que puede redefinirse y extenderse con la técnica, lo que hace devenir el límite biológico en límite tecnológico.  El límite del ver supone un enigma: aquello no del todo comprensible, lo que no alcanza o abandona el estatuto; sin posibilidades simbólicas de aprehenderse, es una irrupción hiriente que deja una marca. La imagen simbólica parece elaborar el problema de las fronteras del ver, cuando menos en tres sentidos; a) porque es el territorio de lo plenamente visto; b) porque es el lugar de lo ignoto y lo enigmático y c) porque frente a ellas se produce la impresión de que estamos en contracto con algo que aún no se advierte, algo que requiere un trabajo, un esfuerzo de dilucidación que nos concita.

Interpretación, analogía e inconicidad. Beuchot, explica los tipos de analogicidad característicos del iconismo, y ofrecer un dispositivo para su esclarecimiento. La primera se alcanza mediante la distinción entre la analogicidad de cualidades y la analogicidad de relaciones. La segunda, es la propuesta que el autor hace al horizonte filosófico contemporáneo; una hermenéutica analógico-icónica que aquí se explica en sus coordenadas clave.

Raymundo Mier, profundiza en la interpretación del sentido y en la concepción de la mirada tanto en Freud como en Benjamín, siendo capaz establecer sus puentes y comunicaciones, pero también reconociendo las implicaciones de sus diferencias más abismales. Nos muestra que el sentido de la mirada no proviene del objeto sino de la condición de un mirar que lo desborda y apunta a un más allá no abarcable ni mensurable del todo, ya que en el horizonte del “inconsciente de la mirada”.

La necesidad de una semántica de la imagen que proponga los elementos para comprender la naturaleza icónica en el mundo de mirar, y la imposibilidad de restringirla al modelo de una gramática formal que dejaría fuera problemas sustanciales del flujo del sentido entre las miradas, los actos y los pliegues del inconciente del tiempo.








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